La «patologización» de la infancia

Un especialista cordobés advierte que se hace diagnóstico indiscriminado y se medica sin criterio. Josefina Edelstein
Especial

El hecho de que un llamativo porcentaje de chicos esté siendo diagnosticado con desorden de déficit atencional, con o sin hiperactividad (ADD/H, siglas conocidas que se refieren al problema por su denominación en inglés) y que a raíz de esto estén tomando medicamentos para concentrarse, ordenarse y tranquilizarse –en muchos casos con efectos indeseables– ha dado lugar a una crisis temeraria, porque los padres están asustados y porque los neurólogos y psiquiatras infantiles tienen que rendir cuentas de lo que hacen.
Esto que algunos llaman patologización de la infancia, tiene varias aristas y una de ellas es la que expresa el jefe de la  Sección de Neurología Pediátrica del Hospital Privado, Hugo Ruiz Funes (h), quien considera que «éste es el país de los opinólogos» en alusión a los que cuestionan «el diagnóstico y tratamiento sin un fundamento médico» y admite que se hace diagnóstico indiscriminado y, por lo tanto, se medica sin criterio.

El especialista, con 30 años de trayectoria en el tema, dice que le llegan muchas consultas por mal rendimiento o fracaso escolar y también por problemas de conducta y explica que «una de las cosas que más influyen es el desorden en el que viven los chicos en la casa y esto no se trata con fármacos, sino que se hace una orientación psicológica y pedagógica a la familia».

En cuanto al diagnóstico, Ruiz Funes afirma que «existen métodos de evaluación objetivos», tanto neurológicos cuanto psicológicos, que permiten determinar si se trata de déficit de atención o no y remarca que en la evaluación del paciente, se deben descartar problemas de motivación, audición y visión, porque son funciones base para que la información ingrese al cerebro y pueda ser procesada.

Además, indica que «es fundamental evaluar el estado del lóbulo frontal, porque allí se ubican las funciones de la atención, la actividad, el control de la impulsividad y la función ejecutiva, que es la que nos permite organizarnos y planificar, priorizar actividades y ejecutarlas en el menor tiempo posible y con la mayor eficacia».

De allí que el test de Conners que completan padres y docentes sea una herramienta de evaluación complementaria, pero no la principal ni única.

No frustrarlos. La medicación se indica «cuando el trastorno de atención es la principal causa y cuando se ve que con el tiempo se presenta un progresivo deterioro académico o social», precisa Ruiz Funes y señala, enfático, que «sólo el neurólogo o psiquiatra pueden decidir si corresponde medicar», con el consenso de los padres y, muchas veces, del pediatra.

El ADD puede tener forma leve, moderada o grave y, en general, no se indica medicación cuando es leve.

Los chicos con déficit atencional pueden focalizar la atención, pero les resulta imposible sostenerla en el tiempo. Además, «generalmente son muy creativos y su parte intelectual y emocional está intacta», aclara el especialista.

Pero con tratamiento farmacológico o no, «hay que tratar que estos chicos no sean perdedores crónicos», sostiene con vehemencia, Ruiz Funes.

Sobre todo, cuando la patología se conjuga con hiperactividad, el peor remedio es el castigo, la constante observación o penitencia, «porque lo que le pasa al chico es independiente de la voluntad, de la memoria y de la inteligencia».

«Siempre les pregunto a los padres –agrega el neurólogo: ¿Usted le pegaría a un hijo ciego porque no ve?».

Al contrario, el especialista sostiene que las medidas psicohigiénicas son tan importantes como la medicación y cita algunas: brindar una guía a los chicos a través de una orientación pedagógica para los padres, hablar con los docentes, sentarlos adelante en el curso, brindarles atención personalizada, darles más tiempo para copiar y estimularlos en todo aquello que hacen bien.

Además, requieren que la vida familiar tenga orden, que su dormitorio y mochila escolar estén organizados y que se eviten distractores como la televisión al momento de realizar la tarea.

Genes y ambiente. En la experiencia de Ruiz Funes, el 50 por ciento de los niños o adolescentes que consultan tiene efectivamente el desorden por déficit atencional y de éstos, en el 50 por ciento de los casos alguno de los padres o hermano sufre el mismo trastorno.

El ADD puede ser primario o secundario. En el primer caso, se trata de una mutación genética de base neurobiológica. Entre los genes responsables, están los que codifican los neurotransmisores llamados norepinefrina y dopamina.

«Y aquí se da algo muy interesante porque, como en muchos otros fenómenos neuropsiquiátricos y neurobiológicos, existe una estrecha relación entre los genes y el ambiente», señala Ruiz Funes cuando cita que en Suecia y Noruega hay entre un dos y un tres por ciento de casos del total de la población pediátrica, en Estados Unidos entre el 5 y 10 por ciento, mientras que en la Argentina «se estima que hay entre un 10 y 15 por ciento de chicos con trastorno por déficit de atención».

El especialista agrega una impresión un tanto desoladora sobre la relación enfermedad-ambiente: «A lo largo de más de 30 años de experiencia, puedo decir que cada vez veo más casos de déficit de atención y esto también está pasando con otras patologías como el trastorno bipolar, la ansiedad o los ataques de pánico».

Por otra parte, cuando el trastorno es de tipo secundario, los problemas se manifiestan en relación a una lesión que ha recibido el sistema nervioso, como hipoxia perinatal, secuela de meningitis, traumatismo de cráneo o malformaciones congénitas.

Para ambos grupos, en muchos casos, el tratamiento es el mismo, pero la evolución es diferente. «En el grupo primario, con diagnóstico y tratamiento correctos, se logra una mejoría del 70 u 80 por ciento del problema, mientras que en la forma secundaria es menor».

Conductas moduladas. Los fármacos que se utilizan con mayor frecuencia son el metilfenidato, atomoxetina y modafinil. Modulan la neuroquímica cerebral y así se modifica la respuesta del paciente.

No obstante, Ruiz Funes aclara que «no todos los casos requieren medicación, por la forma de expresión del problema y porque hay muchas cosas que se pueden mejorar en el entorno».

De todos modos, si hubiese que medicar, el especialista sabe que la pregunta de los padres es: «¿Qué riesgo de adicción tiene el tratamiento o qué riesgo de adicción tiene la enfermedad?» y su respuesta es que «al comparar los niños con ADD, con o sin hiperactividad que han recibido tratamiento con los que no han sido tratados, los primeros tienen menor riesgo de adicción a estos fármacos o a otras drogas, porque llegan mejor emocionalmente a la adultez, con mayor autoestima, mejor organizados y sin conductas antisociales».

Ruiz Funes explica que «algunos medicamentos se toman todos los días y generalmente, se indican en épocas de clases y otros se suspenden los fines de semana».

Detalla que el equipo de profesionales con el que trabaja evalúa a los chicos cuando regresan de las vacaciones de verano, al cabo de un mes y medio de clases, y que una parte continúa necesitando el medicamento y otros son dados de alta, ya que el tratamiento logra el aprendizaje de conductas y hábitos que los favorecen académica y socialmente y «les queda como un lenguaje».

2 respuestas to “La «patologización» de la infancia”

  1. patricia bonifazc Says:

    Solo para expresarle mi admiracion, respeto y gratitud por el hermoso y valioso escrito.

    Ha sido una leccion de vida.

    cordial saludo,

  2. Melisa Says:

    la verdad que me fui mui util el articulo, estoi haciendo una trabajo parala escuela, y me sirvio de gran ayuda. Muchas gracias!


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